Bueno, ya es domingo :D :
Más de un crítico cabrón lo calificó en su día como “el disco que habría grabado Mary Poppins” pero, patochadas a un lado, lo cierto es que tanta elegancia, tanto preciosismo, tanto arreglo orquestal y tanta dulzura jamás encajó mejor en un álbum de rock. El talento del bueno de Kim Fowley no estaba para seguir los dictados de las modas; ni las corrientes imperantes en aquel lejano 1968; ni, por supuesto, las directrices de la prensa snob: el talento de este poeta sólo podía estar enfocado a plasmar de una forma totalmente maravillosa el dolor de su corazón y de su alma; un dolor que, por ejemplo, le llevó a ser expulsado del instituto cuando se negó, en clase de biología, a diseccionar una lagartija. En
Animal Man arremete contra la despiadada utilización de otros seres vivos para nuestro beneficio, contra el antropomorfismo hipócrita y cínico, contra la idealizada y, por ende, convencional posición del Hombre frente al resto de criaturas de La Creación. En otra perla del disco,
Bubble Gum –tal vez su tema más celebrado y recordado; en esto tienen bastante que ver los Sonic Youth-, nos descubre, embelesado, que su chica es dulce y tierna como una pompa de chicle. En
Down nos habla de un chico con este síndrome, y de las dificultades por las que atraviesa hasta llegar a convertirse en un pájaro de amor. Tal vez por el tratamiento de estas cuestiones, y por lo edulcorado de su música, este maravilloso álbum fue calificado en su día como “un producto asquerosamente ñoño, comercial y sensiblero”. Pero el tiempo terminó por darle la razón a Kim Fowley; un hombre cuyo único pecado fue destacar por su buen gusto, por su sensatez y por la exquisitez de sus formas. Os dejo una obra de arte que, creo, puede ser apreciada hasta por un fan de los malditos bastardos moñas de Dream Theater.