Putostristes in the patio

Sois unos afortunados. No todos hemos podido experimentar esas vivencias que os han producido tan ricos recuerdos y esa tierna nostalgia.

Yo fui educado por una dura institutriz en una casa en la montaña. Una señora holandesa de generosa corpulencia que me enseñó todo sobre las letras, los números y la vida en general.

Era metódica y gustaba de usar una gran regla de madera para controlar mis distracciones y mis pérdidas de orina. No hablaba bien español pero tenía suficiente autoridad como para corregirme al pronunciar. Eso después me traería muchísimos problemas al haber adquirido un acento indefinido.

Siempre que me daba clases de anatomía, unas cuatro veces por semana, era muy diligente y no tenía reparo en palpar todas y cada una de mis partes para que aprendiese bien la diferencia entre glande, prepucio, etc. Me quedó claro.

A veces me abrazaba contra sus generosas ubres holstein para consolarme porque no era capaz de aprender la lección ni si quiera después de doce reglazos. Doce reglazos en las costillas era el límite. A partir de ahí me abrazaba y, curiosamente, también manoseaba mis partes. Eso me tranquilizaba.

Me acuerdo de la señora Lieke y se me come el esplín.
 
En el internado le puse mote a un cura, el Inqui, de inquisidor lógicamente. El caso es que para ponérselo me las tuve que ingeniar para hacer llegar una carta anónima escrita a máquina a uno de 3º de BUP, yo estaba en 2º, que era de los redactores del periódico/tablón del internado. Me metí por una escalera que estaba prohibido usar para pasar cerca de los dormitorios de los de 3º y poder meter la carta por debajo de la puerta de Gustavo, Rana Gustavo como es lógico le llamábamos además de por tener cierto parecido con el bicho.

Años después le dije al cura que yo había sido el del anónimo y me dijo que lo sabían desde el primer día o al menos lo intuían.
 
Fiestas de cockslada, tendría yo 11 años o así. A mi nunca me han gustado mucho lo de las atracciones y menos las que son montadas por gitanos en una mañana, pero bueno resulta que me habían llamado para ir a las fiestas un par de chavales digamos de un estamento superior al mío. Eran del barrio pero se iban con los malotes y tenían cierta fama. Por la mañana había estado con ellos jugando al fútbol y debí caerles en gracia y me dijeron de ir a las fiestas por la tarde.
Ya allí, vemos una atracción que se llama " el martillo" que es como la barca vikinga esa pero da la vuelta completa. Dicen de montar y yo ya sé que las voy a pasar más putas que Caín, pero a ver quien era el guapo de decir que no montaba.
Pues nada, ya dentro y cuando hemos dado un par de vueltas noto que el estomago me empieza a traicionar. Empiezo a salivar de la hostia y en un momento dado empiezo a tralllar sin mesura alguna. La puta historia es que vomitaba y al seguir moviéndose la atracción la raba nos daba de frente o nos caía encima a todos. Recuerdo ver tropezones por los asientos y los barrotes de la atracción. Uno de los que venía conmigo me miraba y se reía, no podía parar de reír. Los demás que estaban en la atracción se cargaban en dios y gritaban " para ya, hijo de puta"
Cuando bajamos salimos corriendo porque los de la atracción nos querían fostiar. Cuando ya habíamos huido y estábamos limpiándonos la pota el que no podía parar de reír estaba serio y me dijo que le había dado pena en la atracción. Lo dijo, o eso percibí yo, con la pena que yo siento por los disminuidos que ya son adultos y van de la mano de su madre de 90 años. Lo dijo con una lastima infinita.
Me dijo que bueno que ellos se quedaban por allí, que me fuese para casa ya si quería.
Y hasta ahí llegó mi tonteo con la popularidad.

Yo tengo un familiar lejano que participó en la ruleta de la fortuna hace unos 25 años.

Seguiré con otra de devueltos. Estos hechos acontecieron en un campus escolar deportivo de verano. Dicho evento tenía unos diez días de duración y en él se practicaban distintos deportes con predominancia del baloncesto. En uno de estos días nos llevaron a un puerto deportivo cercano para pasar una mañana montando en barcos de vela, zodiacs y cosas por el estilo. Acudí junto al resto de compañeros más muerto que vivo previendo lo que se avecinaba pero a la vez aferrándome a una tenue esperanza de que tal vez la cosa esta vez podría ser diferente. Pero no lo fue.

Yo fuí en un grupo de unos ocho y nos montaron en un barco de vela bastante pequeño. Hacía un viento de bastantes nudos y bastante oleaje así que imaginen como oscilaba aquello. Encima había que ir cambiándose de lado cada pocos segundos para compensar el cambio de la vela. la botavara y su puta madre. Debí de aguantar sobre unos diez minutos o un cuarto de hora. Avisé al monitor y le dije señor creo que me estoy mareando. Al rato llegó una zodiac llena de chicas de la misma edad que nosotros más o menos de unos catorce o quince años. Decidieron cambiarme ahí pensando que tal vez se me pasase pero ahí fue cuando se abrió la veda.

Empecé a vomitar en la zodiac, echándolo todo al mar mediterráneo mientras escuchaba las voces de esas chicas decir que asco tía al compás de cada arcada y de cada expulsión de jugos gástricos y demás. Una llegó a señalar que ella nunca había vomitado en toda su vida. En días posteriores una de ellas me preguntaba si estaba bien. Pero lo que en un principio parecía ser bondad pasó a ser sorna y me lo preguntaba ya excesivamente y sin venir a cuento.

Me bajaron de la zodiac y me quedé tumbado en el muelle con una toalla encima del asfalto. Hasta que un monitor del campus me llevó al alojamiento. Allí me quedé tumbado yo solo sobre una hora. Cuando se me fue pasando me hice una paja de pie en un lavabo.

Dios nos ha regalado a algunos el don de la fatiga rápida. Soy de nausea fácil, pese a ello no me he encontrado en una situación tan comprometida. Recuerdo los viajes de navidad en familia, cuando llegaba pasaba una tarde entera para recuperarme, especialmente si conducía mi señora madre, a base de trazos cortos e inseguros en las curvas, frenadas, acelerones y coche revolucionado, no existía la posibilidad de que parasen a descansar, me tenía que joder y ya está, cuando llegaba me bajaba tambaleando y con arcadas como si me estuviera ahogando.

Por eso, en cuanto pude me saqué el carnet de conducir, la única manera de viajar con nulas posibilidades de mareo. Entre anécdotas con este tema recuerdo.

- La vez que fui en un barquito con mi abuelo y varios primos, al poco ya estaba bastante jodido y con ganas de vomitar, así que como todavía estabamos a unos 2 kilómetros de la costa, les dije ahí sus quedáis, me tire del barco y me fui nadando a la playa. Mi abuelo luego al verme me decía que me había dado un vahío en la bahia, y me estuvo repitiendo la misma gilipollez todo el día.

- La vez que en un autobús eché un plato cocinado en una bolsa del Pryca, Un autobús de un pueblo, 1 hora de curvas, recién comido unos espaguetis carbonara. Los eché enteritos, sin digerir, me dío pena porque se podía haber comido de nuevo, el señor del asiento de al lado impertérrito. Cuando salimos espera a que saliera este y deje la bolsa de espaguetis allí.

No se con que está relacionado exactamente esto, el sentido de equilibrio y la orientación, tener un estómago de mierda. De sentido de la orientación soy nulo, cuando nos decían en gimnasia de dar volteretas, siempre salía por un lado, no ere capaz de ir recto.
 
Otro momento de patetismo estudiantil llegó cuando, gracias a un programa de puntos de Banesto, mi padre recibió una máquina de cortar el pelo. Miserable irredento, pronto vio la inmensa fortuna que se iba a ahorrar encargándose él de segar mi considerable piesco.

Evidentemente, llevó a cabo todo tipo de chapuzas y tropelías, escaleras y cortes irregulares, y miedo me daba cuando se ponía en plan profesional y echaba mano de las tijeras. Un gran error por mi parte fue cuando traté de escaquearme alegando que quería cambiar de peinado y llevarlo "a casco", como estaba de moda entonces.
-¿Y para eso hace falta pagar ochocientas pesetas? Coge la toalla del baño y siéntate ahí, que no dais más que gastos.

El resultado fue algo tal que así (sí, a esa altura por encima de las orejas):

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La putada es que toda esa parte rapada no la hizo con aquella máquina infernal, sino con una maquinilla desechable de esas bic, que me dejó la piel el carne viva y me estuvo escociendo la colleja toda la semana. Obviamente al ir a clase aquello fue la risión general, que me acuerdo que hasta el profesor reprimió una carcajada al verme entrar con esas pintas.

De esas cosas que miras atrás y te das cuenta de que los que te hacían bullying eran tus padres.
 
El día de la excursión salí de casa con el bocadillo de tortilla y mi zumo en la mochila y con mi madre, pobre mujer, ilusionada diciéndome que a ver si quedaba en primer puesto. Pero, amigos, en vez de ir al colegio me fui al paseo de los chopos en San Fernando donde me hice un montón de pajas a la orilla del río, me dormí un rato y a última hora me tocó salir corriendo porque unos gitanos se percataron de mi presencia y quisieron robarme.

 
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