El problema es que los blanquitos del primer mundo medimos a todo cristo según los estándares de belleza occidentales actuales. Y ello lo exportamos a todo el mundo. De esta manera lo más atractivo para nosotros son rubias angelicales, altas y a ser posible con buenas tetas, o morenas de largas melenas negras, mas por el punto exótico que por otra cosa. Lo que se aleja demasiado de estos estándares lo empezamos a considerar feo, y cuanto mas se acerca a nuestros estándares un elemento de una raza de características estéticas distantes a las nuestras, mas atractivo resulta. Así, empezamos a valorar la belleza en las negras cuanto más se parecen a las blancas occidentales, cuanto mas se diluyen sus rasgos característicos. O cuando se han diluido sus rasgos pero mantienen alguna característica que las hace exóticas y diferentes, como las narices moderadamente chafadas o el pelo estropajo. Nos gustan las asiáticas si tienen los ojos rasgados pero son altas y esbeltas, y no caminan con los pies hacia dentro medio zambas, cosas estas opuestas al patrón general por allí.
Los negros africanos, menos superficiales y estúpidos que el hombre blanco, se guían por cosas como cuantos aros se puede poner una mujer en el cuello o cuantos bueyes es capaz de recorrer corriendo un hombre desnudo en la ceremonia de iniciación a la madurez. O cuantas palizas es capaz de aguantar una mujer antes de ponerse a llorar, como pasa en Sudamérica, o como de pequeños son los poros que necesita una mujer para ver a través del burka una mujer de oriente medio. Son estos conceptos, mucho más prácticos, los que guían a otras razas menos dadas a las banalidades que las que habitan el decadente occidente.