Ars amandi, rise and fall, wasted years, the return, thoughts and final reflections. Part two.
¡Hola bebés!
Como ya dije en el post anterior, aquellas primeras vacaciones de Naviban fueron uno de los momentos más dulces de mi vida. Skip forward un poco y regresemos a enero de 1999, a Leominster, where the magic happens.
The grange. No se dejen engañar. Al caer la noche, a eso de las cinco, no cabía un hijo puta más en ese parque.
Acababa de llegar. Libras frescas en el cajón de mi escritorio, paquetes de Camel light dispuestos con tetrística precisión, y varios paquetes de embutidos patrios envasados al vacío. Las colonias dispuestas sobre el tocador, junto al espejo. En el armario, el uniforme planchadito y en perchas. Todo sobre ruedas, as usual.
La china no había llegado aún. Seguía en Hong Kong, supongo que comiendo bichos en peligro de extinción en algún callejón con el culo a tope de cyberpunk, para luego ir a tomar un hiperempalagoso gofre de kiwi y fresas con vistas a la bahía.
Malinelo sinco dola. Jiji Chupa, chupa. (Si no lo digo, reviento. Soy supergracioso y ocu-rrente.)
Bueno, supuse que podía esperar y mientras tanto, acudir al botellón de reencuentro en la escuela de primaria del pueblo.
So tolerant!
Esa fue buena. Liamos un botellón cojonudo, con bolsas zip llenas de rocas de cocaína de la que te hacía invencible en plan Tony Montana, no de la mierda con ladrillo y lidocaína que te agarra el corazón mientras un escorpión puesto de crack te aguijonea una y otra vez con su ponzoña. Botellas de ron y whisky, hielos, niñas pijas jijí jajá de allí pacá. Los compis bien. Entre mocos, tragos y caladas, intercambiábamos batallitas de Aguadulce, de Madriz, Tenerife, Sanxenxo beach... ¡Y hasta de Almansa! Wow! El caso es que dejamos el cole guapo. Pero guapo, guapo.
Ver el archivos adjunto 4132
Por ejemplo. jij
Y claro, los ingleses, que cuando juegan de visitante se recrean, pero, ay hamijos, cuando juegan de local no se ríen tanto.
Total, el lunes, llamada al
principal del college, aka Seymour Skinner. Asamblea extraordinaria y se ciscó en un inglés impecable en nuestros muertos más frescos. Toque de queda para el siguiente finde bajo pena de más banes en casa como primera medida coercitiva.
El caso es que a la semana siguiente, mi flor de loto volvió. Y quedé con ella para llevarle un puto oso de peluche blanco con el que me estuvo dando la barrilla por messenger durante la Navidac. Pues bien, allí que me fui, y calcémela con hambre y hamor. Mucho hamor. Pues bien. Todo en orden. Jeje. Jeje.
Y el miércoles llegó, y como todos los miércoles, después de ir a la piscina (y ella a bádminton, deporte muy popular entre los hongkonitas del cole) fuimos al Blue Note, a echar el café previo a la sesión de hamor en mi casa. El caso es que a mi casa fuimos, pero no subió las escaleras hacia el cielo adolescente de luz tenue, calefactor al tres y música para los que se aman. No.
Me dió un par de besos, como el que acaricia a su perro antes de la inyección letal, y me dejó. Así. Lloré like a mádalen, pero más o menos lo asumí. Ya saben, el duelo. Aceptación, negación, puñalada trapera y la patada a la patata y fuera del campo. Jij
Pero no, hamijos, no. No me dejó así de guay. Esperen, que ahora viene lo mejor...
A la mañana siguiente, comentando la buena nueva a mis compaes en el smoking area, y esperando a que llegasen los que bajaban del bus grande, de repente, la veo de la mano con un chino de metro cincuenta, cara de sapo, pelo teñido de rojo y ambos con chupetones en el cuello.
Dios, ya no le bastaba con dejarme, sino además con uno de los chinos del cole, por la esparda (supongo que durante las vacaciones) y el bonus track, los chupones en el cuello. ¿Era necesario o es la cara de póker y la Maldac retorcida la seña de identidad de los descencientes de Fu Manchú?
Huelga decir que me quedé sin alma, roto, broken, mil adaggios, Milhouse not giving a fuck (Nelson, pégame, a ver si puedo sentir algo), España y el codazo a Luis Enrique, Tong Po limpiándose el culo con el oso de peluche, la flecha envenenada en la espalda de Valeria, el perro que nunca tuve atropellado, Richard Ashcroft en the drugs don´t work, Eric Clapton en Tears in heaven, Mauthausen y todos los capítulos de Autopista hacia el cielo en el kokoro. El primer amor pega fuerte. El primer palo, se astilla y no sale.
Comencé a vagar por los jardines del colegio como Nosferatu al que le habían sorbido hectolitros de Rh der pesho.
Nada me alegraba. No había refugio o consuelo para esa espinosa sensación de vacío que te sigue como tu sombra desde que abres los ojos hasta que caes con la cabeza como una puta centrifugadora de jugadas de ajedrez que siempre acaban en jaque mate y las torres en el ojal.
Gracias a Dios, tenía a uno de mis mejores hamijos allí para que a golpe de trojas y aventuras, me hiciese olvidar a la desde entonces: la puta china. Eso no tenía nombre. Me lo decía todo el mundo. Daba igual. Estaba hecho, y comencé paulatinamente a asimilarlo, a centrarme en las clases de inglés. Pedí cambio de clase a un nivel superior para no verla. Asimismo, en el comedor y zonas comunes, al principio quería verla. Más tarde, la evitaba. Eso sí, la pupita duró. Años diría yo. Tal vez, si hubiese sido uno de esos ungidos para el ligue, pues me hubiese echao otra y a correr, pero servidor nació para pocas parejas. Lo sé. Así que la hostia fue grandérrima como arquitectura soviética.
Con las banderillas en la espalda y una cornamenta que ni siquiera me supuso vergüenza de puro dolorosa, me dediqué a vivir rápido. ¿Que había buen cartel en el Crystal Rooms? Pues ponme una Mitsubishi y hasta luego Lucas. ¿Que los hamics se iban a Birmingham o a Worcester a echar el sábado? Para allí que me iba. Poco a poco, comencé a bandarrear, que era mi elemento natural. Los amoríos no eran ni son para mí. Lo dulce es breve y lo amargo dura más que un Debate sobre el Estado de la Nación. No me compensó jamás y sigo sin estar convencido. Hace un par de años volví a caer como la primera vez. Costó
solo un año levantar cabeza. Vamos mejorando. Jij
Llegó un día en el que volvimos a medio cruzar palabras o usar a una japonesa de mensajera pasándonos cartitas en precioso papel decorado con dibujitos y mariconadas que harían parecer masculino al más castrati del harén de cierto productor televisivo patrio. Intercambiamos emails y seguimos en contacto unos años. Luego, el vacío. Facebook nos volvió a juntar, pero
psé. Pero ese
psé me costó al menos unos tres años de superar, así que no infravaloren el psé, hijos de mil putas.
Al final, la primavera llegó, y la verdad es que en esos países en los que llueve lo que no está escrito, cuando hace sol, son preciosos. Verdor, frescor, y esa luz que, por qué no decirlo, a veces hasta calentaba las cabezas rubias y los tejados de pizarra. El aire caliente, los olores de las chimeneas, de las primeras barbacoas, del humo de las trompetas con el que me gustaba atontar a las arañas gigantes que salían por todas partes... Tocaba vivir. El tiempo, aunque despacio, pasaba, y calor significaba regreso a España. Con ganas de playa y sol asesino, de aparcar el norte en la cabeza y fumar costo del bueno, de recogerse de madrugada, de cenar a las diez, de no tener que tratar de pasar desapercibido en pubs llenos de gigantes con mal beber. En la distancia comencé a entender mejor mi propio país. Pero bueno, eso lo trataré más adelante, en la entrega final.
Como han podido comprobar, el nene sabe lo que es hamar, pero sabe lo que es mirarse el costillar y sentir la daga bien adentro (chistes no, plocs). Los puteros, grupo de interés en el que he entrado y salido por temporadas bien espaciadas en el tiempo, tal vez no tengan la suerte de conocer el rush de la conquista, pero se libran del funeral en el que son fiambres y testigos a la vez. Nunca entendí a esa gente que entra y sale de relaciones a razón de una o dos por año. Virgen Santísima. O están inmunizaos, o les va la marcha o no sienten tanto como los que hemos tenido pocas parejas.
En fin, que con esto doy por zanjado el tema amoríos, que esto parece la Super Pop.
Recuerden, la próxima entrega será la última.
Suyo en Cristo,
C.
Y ahora, como me lo he ganado, minutos musicales sobre cómo molar al mismo tiempo que se rememora los viejos tiempos.