el listón volaba rasante desde 'Death proof', que vale, era una coña, cine de palomita y vísceras, programa doble y tal. 'Kill Bill', brillante y payasa, acaso lejos de sus grandes cintas en intención y resultados, tuvo su punto, incluso su gazpacho; ahora, colega, lo de 'Inglourious basterds' no hay por donde bailarlo. Lastrada por un guión cansino y un montaje blando, supera las dos horas en un patoso ejercicio inmune a la autocrítica. Ningún problema si quiere jugar a la historia ficción. También Lubitsch y Chaplin lo hicieron, hablando del nazismo, con asombrosa pericia. La diferencia es que donde aquellos contaban una historia que acumulaba capa tras capa de rutilante ironía o emoción despellejada, a Quentin apenas le alcanza para sobar un chiste.