Yendo la madre Cerelia desde Baulos a Bayas, murió sumergida por el crimen de un mar enloquecido. ¡Cuánta gloria os habéis perdido! Semejante monstruosidad no la habíais hecho en otro tiempo, aguas, ni mandadas por Nerón.
A ti, padre Frontón, y a ti, madre Flacila, os recomiendo esta niña, la delicia de mis labios y de mi corazón. Que la pequeña Eroción no tiemble de miedo ante las tinieblas infernales y las fauces horribles del perro del Tártaro. Hubiera cumplido en seguida los fríos de seis inviernos, si no hubiera ella vivido otros tantos días de menos. Que juegue ella saltarina entre patronos de tantos años y que con su boquita balbuciente charlotee mi nombre. Que un césped suave cubra sus huesos y que tú, tierra, no seas pesada para ella, ella no lo ha sido para ti.
Calisto, échame dos dobles de (vino) falerno y tú, Alcimo, derrite sobre ellos las nieves veraniegas. Que mi cabellera llegue a chorrear, empapada en amomo sin medida, y que las medidas de rosas fatiguen mis sienes. Los mausoleos tan cercanos nos invitan a vivir, enseñándonos que hasta los dioses pueden morir.
Aquel conocido liberto de Mélior, que murió entre el dolor de Roma entera, breve deleite de su querido patrón, Glaucias, yace inhumado bajo esta losa en un sepulcro junto a la vía Flaminia. Casto por sus costumbres, íntegro por su pudor, rápido de ingenio, afortunado por su hermosura. A sus doce mieses recién cumplidas, apenas añadía el muchacho un solo año. Caminante que lloras estas pérdidas, ojalá no llores nada.
En esta tumba yace Pantagato, muerto en los años de su niñez, ternura y dolor de su dueño, diestro en recortar las revueltas cabelleras casi sin tocar con las tijeras y en arreglar las mejillas cerradas de barba. Aunque seas, como debes, tierra, benévola y ligera, no puedes ser más ligera que su mano de artista.
Aquí yace aquel famoso anciano, conocido en los augustos salones, que experimentó con nobles sentimientos a nuestros dos dioses, a quien la piedad de sus hijos unió a las sombras santas de su esposa: a ambos los posee el bosque Elíseo. Murió ella la primera, injustamente privada de su lozana juventud, éste vivió casi tres veces seis olimpiadas. Pero cree que te lo han arrebatado con unos años prematuros, quienquiera que ve, Etrusco, tus lágrimas.
Aquí estoy enterrado yo, el dolor de Baso, el niño Úrbico, a quien la grandísima Roma dio la raza y el nombre. Seis meses me faltaban para cumplir los tres años, cuando las tétricas diosas interrumpieron de mala manera su tarea. ¿De qué me ha servido la hermosura, de qué la lengua, de qué la edad? Dedica unas lágrimas, tú que lees esto, a mi túmulo. ¡Ojalá no vaya a las aguas del Leteo, a no ser más tardío que Néstor, el que desees que te sobreviva!
Por donde gotea la puerta próxima a las columnas Vipsanias y las piedras resbaladizas están empapadas por un gotear continuo, el agua, muy pesada por el hielo invernal, cayó sobre el cuello de un niño que pasaba bajo el húmedo techo y, después de haber causado la muerte del pobrecillo, el frágil puñal se derritió en la cálida herida. ¿Qué es lo que no se permite a sí misma la cruel Fortuna o dónde no está la muerte, si incluso vosotras, aguas, degolláis?
Marco Valerio Marcial, Epigramas