stavroguin 11
Clásico
- Registro
- 14 Oct 2010
- Mensajes
- 3.780
- Reacciones
- 2.830
Lo de los amigos cortarrollos tiene tela, sí.
El individuo del que he hablado antes era como un disco rayado, y no precisamente por hablar. Cuando salíamos de copas tenía un programa que había que cumplir a rajatabla: a las mismas horas en los mismos sitios y hablando con la misma gente. Ya podía haber una fiesta de espuma con mamamas rusas en el local de al lado que no cambiaba su dinámica. Era como salir con el freno de mano puesto: cuando veía que empezaba a divertirme, había que cambiar de local o marcharnos para casa. Por desgracia la hora la ponía él: salíamos a otro pueblo diferente al nuestro y yo entonces no tenía coche. Si demostraba demasiadas ganas de salir, el siempre encontraba una excusa para no hacerlo. Un día se me hincharon las pelotas, y le dije que a partir de entonces yo iría y vendría en taxi y que andaría por ahí a mi bola. Mano de santo: durante una buena temporada dejó de incordiar con memeces. Con el tiempo me di cuenta que esa actitud era ampliable a otras facetas vitales y que cualquier logro mío se lo tomaba como una afrenta personal, y ya hace años que no sé nada de él.
Otro también se las traía. Dos feas costumbres: en el momento álgido siempre aparecía con un grupo de tías feas y plastas para cortarnos el rollo a los compañeros. Y al final de la noche, con cualquier detalle nimio se le cruzaba el cable, cogía rabietas infantiles y empezaba a faltar al respeto y a dar malas contestaciones. Gracias a Dios, desapareció con una novia de mierda en las estercoleras del olvido. Conté su historia aquí: El orco
El tercer amigo (aun lo es, pero la cosa empieza a tambalearse) era compañero habitual de viaje en los congresos, y convertía la parte lúdico-turística en un auténtico coñazo: se compraba la guía de El País Aguilar del lugar en cuestión y su plan consistía en ir a los sitios más importantes aunque se acabara el mundo, y no por interés cultural o histórico, que le importaban una mierda, sino para hacerse una foto delante y luego fabricarse un bonito álbum a la vuelta; es decir, iba al museo X, se sacaba unas fotos delante, daba una vuelta a toda hostia sin mirar casi los cuadros y a meter prisa para el siguiente target. Lo de las fotos era una tortura: había que hacerle una cada 5 minutos y nunca le parecía buena; había que repetirla cinco o seis veces, de cuerpo entero o medio cuerpo, con el fondo así o asá o el foco aquí o acullá. Y si luego le pedías tú una, la hacía de cualquier manera sin esmerarse lo más mínimo. O sea, 8 horas pateando lugares a toda hostia, sin pararse en casi nada, sin que aportase ni un comentario jugoso, haciendo de ayuda de cámara fotográfico. Aproveché una pequeña jugada sucia que me hizo como excusa para viajar solo, y ahora es la gloria bendita.
El individuo del que he hablado antes era como un disco rayado, y no precisamente por hablar. Cuando salíamos de copas tenía un programa que había que cumplir a rajatabla: a las mismas horas en los mismos sitios y hablando con la misma gente. Ya podía haber una fiesta de espuma con mamamas rusas en el local de al lado que no cambiaba su dinámica. Era como salir con el freno de mano puesto: cuando veía que empezaba a divertirme, había que cambiar de local o marcharnos para casa. Por desgracia la hora la ponía él: salíamos a otro pueblo diferente al nuestro y yo entonces no tenía coche. Si demostraba demasiadas ganas de salir, el siempre encontraba una excusa para no hacerlo. Un día se me hincharon las pelotas, y le dije que a partir de entonces yo iría y vendría en taxi y que andaría por ahí a mi bola. Mano de santo: durante una buena temporada dejó de incordiar con memeces. Con el tiempo me di cuenta que esa actitud era ampliable a otras facetas vitales y que cualquier logro mío se lo tomaba como una afrenta personal, y ya hace años que no sé nada de él.
Otro también se las traía. Dos feas costumbres: en el momento álgido siempre aparecía con un grupo de tías feas y plastas para cortarnos el rollo a los compañeros. Y al final de la noche, con cualquier detalle nimio se le cruzaba el cable, cogía rabietas infantiles y empezaba a faltar al respeto y a dar malas contestaciones. Gracias a Dios, desapareció con una novia de mierda en las estercoleras del olvido. Conté su historia aquí: El orco
El tercer amigo (aun lo es, pero la cosa empieza a tambalearse) era compañero habitual de viaje en los congresos, y convertía la parte lúdico-turística en un auténtico coñazo: se compraba la guía de El País Aguilar del lugar en cuestión y su plan consistía en ir a los sitios más importantes aunque se acabara el mundo, y no por interés cultural o histórico, que le importaban una mierda, sino para hacerse una foto delante y luego fabricarse un bonito álbum a la vuelta; es decir, iba al museo X, se sacaba unas fotos delante, daba una vuelta a toda hostia sin mirar casi los cuadros y a meter prisa para el siguiente target. Lo de las fotos era una tortura: había que hacerle una cada 5 minutos y nunca le parecía buena; había que repetirla cinco o seis veces, de cuerpo entero o medio cuerpo, con el fondo así o asá o el foco aquí o acullá. Y si luego le pedías tú una, la hacía de cualquier manera sin esmerarse lo más mínimo. O sea, 8 horas pateando lugares a toda hostia, sin pararse en casi nada, sin que aportase ni un comentario jugoso, haciendo de ayuda de cámara fotográfico. Aproveché una pequeña jugada sucia que me hizo como excusa para viajar solo, y ahora es la gloria bendita.
Última edición: