Siete fueron, siete, las señales que le hicieron pensar que le estaban siendo infiel

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10 Dic 2005
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PRIMERA SEÑAL

Marta y Eduardo llevaban toda la vida juntos. Se conocieron a través de unos amigos comunes cuando ambos estaban encarando los últimos días de un verano previo a 2º de Bachiller y, desde entonces, se encoñaron el uno del otro. Compartieron cada tarde de ese mes de agosto y, al terminar éste, se hicieron oficialmente novios. Ambos perdieron la virginidad juntos. Habían tenido algún que otro escarceo sexual previo, pero nada que no pasase de una triste paja o una mamada mal hecha. Además, Marta era, como solía pasar por aquella época, una de esas chicas que jamás se masturbaría a sí misma; Eduardo, por su parte, sin embargo, sí que era un ferviente seguidor del onanismo más extremo desde que a los 9 años un compañero de colonias de verano le descubriese las virtudes de la paja seca.

Al terminar el estío empezaron las clases, el último curso antes de la Universidad, así que, embriagados del primer amor, ése que parece el único e irrompible, lo planificaron todo juntos. Qué estudiar y dónde y cómo encauzarían su vida en común. Los amigos, entre los que me incluyo, veíamos en ellos demasiados castillos en el aire. Sueños que no se sustentaban en nada y que sólo eran fruto de las primeras eyaculaciones y comidas de coño. Parece mentira, cómo de gilipollas se vuelve uno cuando te la comen cada día, recuerdo que decía Paco, uno de los habituales de la pandilla a modo de lamento porque nuestro Edu se estaba volviendo un viejo prematuro.

Sin embargo, a pesar de nuestros malos augurios, la pareja prosperó. Y tanto prosperó que han estado juntos hasta hace bien poco.

A mitad de carrera ambos se fueron a vivir juntos, entre sus becas y el dinero que sacaban -y que no declaraban- como camarero y azafata, tenían para ir tirando. Además, los padres les aportaban algo cuando les hacía falta. Ambas familias estaban muy contentas de que sus hijos mantuvieran una relación y pareciesen prosperar ante la adversidad del tiempo. Algunos, por nuestra parte, nos planteábamos si no estaba echando un órdago con una mano demasiado arriesgada. Quiero decir, sólo había estado con una chica en su vida, sólo una, ni siquiera había durado más de un mes con ninguna otra novia. Quizá, como decía Paco en ocasiones, para saber cuál es el mejor plato de un buffet libre hay, al menos, que probar 10 diferentes de la carta.

La cosa es que se consolidaron y cada uno metió la cabeza en su trabajo. Más o menos. Él, gracias a su talento pero también a los enchufes de su madre, llegó a ser profesor asociado de la Universidad; ella, opositó eternamente hasta tener plaza de profesora de secundaria en la provincia tras años de interinidad. Se alquilaron un ático, uno no muy grande, con dos habitaciones y una terraza enorme en la que poder poner una piscina hinchable en verano, una Toy. Decidieron no tener ataduras con nadie más que con ellos mismos, así que renegaron de matrimonios, hijos e hipotecas y, a cambio, se compraron dos conejos.

Todo iba bien, los veíamos poco, porque parecían tener todo con sólo verse el uno al otro y, bueno, los amigos no nos sentíamos con la potestad suficiente como para hacerles ver que los echábamos de menos. No a ellos, sino a lo que ellos eran antes de ser ellos. Extrañábamos a Edu y extrañábamos a Marta, Edu y Marta, como conjunto, nos daban un poco igual.

A él, gracias a una peña de fútbol en la que jugábamos asiduamente cada semana, lo seguíamos viendo algo e, incluso, a veces conseguíamos que se quedase a tomar unas cañas después. Edu siempre había tenido un cierto talento para los deportes de equipo. En ninguno sobresalía especialmente, pero en todos era relativamente solvente. Era como un pato: vuela, anda y nada, pero no es el mejor ni volando, ni andando ni nadando. Marta siempre había tenido constitución atlética, no le hacía falta hacer deporte para tener buena figura. Era extraña, pues ya con veintilargos años seguía pareciendo una niña: no superaba el metro sesenta, sus caderas eran muy finas pero tenía un trasero duro y contundente, con piernas de velocista y sin rastro de celulitis, y unos pechos menudos, infantiles casi, que hacían juego con una sonrisa de eterna teen pizpireta. Edu era el típico amigo larguilucho y desgarbado que en los últimos años de horas sentado en despacho había echado barriga, una de éstas que salen de la nada, ya que el resto del cuerpo sigue siendo pura delgadez, y había anteriorizado los hombros adquiriendo una postura de jorobado un poco extraña.

Marta, aunque seguía pareciendo una colegiala en sus últimos años de instituto, también acusaba el paso del tiempo. Si su culo antes era un melocotón, ahora parecía un caqui pasado y una pequeña tripita escondía su antaño terso vientre. Las arrugas, además, habían hecho algo de mella en su rostro y la piel de todo el cuerpo se había ajado, seguramente fruto de fumar en exceso y ser bebedora habitual, de poca cuantía, pero continuada.

Y precisamente ese fue uno de los motivos que llevó a la relación a su amargo final. Porque siete fueron, siete, las señales que le hicieron pensar a Edu que Marta estaba siendo infiel. Siete, como los Pecados Capitales.

Al entrar en su plaza fija en un pueblo del área metropolitana de Granada, Marta había terminado por hacer nuevos amigos entre sus compañeros de trabajo, varios de ellos jóvenes, como ella misma, de unos treinta años que, al fin, alcanzaban la gloriosa meta después de tantos años de estudio. Como Edu jugaba los martes al fútbol con nosotros, Marta quedaba con algunos de estos amigos, en concreto con una de las profesoras de Educación Física, Miriam, creo recordar. Durante sus veladas de vino y tapas, una tocada por el alcohol Marta se sinceraba y le contaba a su compañera de trabajo y salidas que se veía fea, que ya no se notaba tan atractiva como antes y que tantas horas de estudio le habían pasado factura. Miriam la tranquilizaba, mostraba su lado más comprensivo y le hacía ver que era algo más o menos normal, que todos los opositores del mundo pasaban por un tiempo de dejadez pero que, ahora que ya gozaba de inmunidad funcionarial, podía dedicar su tiempo a recuperar parte de su buena condición física.

En esas ocasiones, Marta presumía de ser mujer de rápida respuesta ante el ejercicio. Decía que, de joven, casi no necesitaba entrenarse para estar atlética. Toca, toca, afirmaba, no hago deporte pero las piernas las sigo teniendo duras. Miriam, de la que todos intuíamos que era un poco bollera, tocaba y le decía que sí -o eso confesaba a veces Marta al día siguiente y Edu nos lo hacía llegar por WhatsApp porque, el pobre, fantaseaba con la posibilidad de un trío-. Sin embargo, la pereza podía con la pobre Marta que, sin saber cómo plantearse un entrenamiento que la hiciera prosperar, relegaba todos sus empeños a vídeos de Youtube o infructuosos paseos por la Vega.

Algo quejicosa, recurrió, de nuevo, a Miriam, que todas las tardes se marcaba sus 2 horas de entreno y parecía ser superfeliz. Ésta le habló del CrossFit, de los beneficios de levantar ruedas de camión, del buen ambiente que se creaba en las clases, de lo rápido que se progresaba, de lo intenso que era todo, de la ropa tan chula que se podría comprar y, at last but not at least, de lo bien que se lo pasaban algunos viernes cuando salían todos juntos.

Y es que, siete fueron, siete, las señales que le hicieron pensar a Edu que Marta estaba siendo infiel. Siete, como los Pecados Capitales, como la Soberbia, como la Lujuria.
 
Última edición:
...... Habían tenido algún que otro escarceo sexual previo, pero nada que no pasase de una triste paja o una manada mal hecha.... .

Promete. Seguramente lo que he señalado es una errata..
Me pregunto si alguien tendrá que llegar a las 7 señales para darse cuenta de lo evidente..
 
Magnífico post, @Spawner. Lo leí en el móvil y, sin haber percibido que la narrada era sólo la primera señal, me quedé bastante WTF. Ahora que lo he visto, ganas tengo de seguir la lectura.
 
Pero que pasaba en ese gym. Me cago en la hostia !!
 
Éste es un amigo de toda la vida, no del gimnasio.
 
No, es otro. La crisis de los 35 se está cebando con mi círculo de amistades.
 
SEGUNDA SEÑAL

A decir verdad, a Marta, durante los primeros días, no le sedujo el CrossFit. Se veía torpe y poco capaz de dominar los ejercicios que sus compañeros ya realizaban con total soltura. Como he dicho ya, ella no era una mujer muy dada al ejercicio -en gran medida porque, durante su juventud, no le hacía falta para lucir bella- y los pocos deportes que había realizado eran más instintivos que los complejos movimientos que le intentaban enseñar en el Box. La única actividad física que había desarrollado en durante sus años universitarios, además de salir alguna tarde a correr a un ritmo de relativamente calmo, había sido el voleibol y esa práctica distaba mucho de los levantamientos compuestos que se incluían en los WOD's.

Por suerte el ambiente es bueno -decía ella con frecuencia- y todos te animan a seguir y son muy atentos. Hay que ver lo fuertes que están todos, Edu, cualquiera diría que tienen la misma edad que tú y que yo. Además, Míriam está muy pendiente de mí y ha hablado con el monitor, no con el dueño, sino con el tipo que está a las horas que yo voy, para que esté encima de mí. Se está portando muy bien -añadía.

Edu estaba feliz, no sabía bien por qué, pero se lo tomaba como algo positivo. Él hacía algo de deporte y pasaba tiempo fuera cuando jugaba al fútbol con nosotros y echaba en falta que ella hiciera algo parecido. Además, aunque él nunca se lo habría dicho a ella directamente, era cierto que añoraba la turgencia que Marta había lucido algunos años antes y que, estaba seguro, habría mantenido si se hubiera cuidado más. No tenía duda alguna de que, si entrenaba un poco, volvería a lucir ese tipo atlético que le había vuelto loco hacía ya casi quince años. Así que no dudaba en animarla, en apoyarla a que fuera y siguiera esforzándose más. Cuando Marta llegó un día a casa y le comunicó que el monitor le había sugerido que, en lugar de dos días por semana, fuera cuatro pagando sólo un incremento de 30 euros, él lo interpretó como que, por fin, empezaba a pillarle el truco a eso del CrossFit, de lo contrario -pensaba él- ni siquiera me lo habría comentado. Así que la animó a hacerlo sin dudas y sin mirarse en por cuánto empezaba a salir ya la gracia. Cariño, casi no salimos y apenas tenemos gastos. Parece que ahí te lo pasas bien y, oye, empieza a notársete, que se te está poniendo un culillo de adolescente... -le decía él y ella sonreía y se contoneaba por el salón, presumiendo y con el ego subido-.

No tardó mucho tiempo Marta en decidir que debía comprarse ropa para entrenar. No unas zapatillas o un calzado especial, sino ropa. Argumentaba, y no le faltaba algo de razón, que allí todo el mundo se vestía para hacer deporte. Cada día un modelo, bien llamativo, bien apretado, y ella no dejaba de ir con el pantalón de chándal con el que limpiaba la casa los fines de semana o con alguna de las bermudas que se ponía cuando tenía la regla y no quería que se le marcase la compresa con un pantalón ajustado.

Así que fueron a una tienda que era distribuidora de ropa Reebok -puestos a gastar, lo hacían bien- y eligieron varios modelos. Marta se paseaba por la tienda luciendo un casi renovado palmito mientras que Edu se veía a sí mismo como un Richard Gere andaluz en el último remake nacional de Pretty Woman. Compraron de más, mucho más de lo necesario y de lo aconsejable, pero ellos estaban felices y Marta le sonreía y provocaba como hacía años. En casa, ahora, verás; me vas a poder quitar todos los modelos. Edu que, aunque sólo la había tenido a ella como novia, no había dejado de hacerse pajas en su vida, se veía a sí mismo como uno de esos personajes de las cámaras amateur que tan de moda se han puesto, en las que una chica de buen ver y su pareja -normalmente más estropeado- hacen el paripé de que ella lo seduce a él mientras una cámara oculta los graba y lo emite para el montón de pollas de todo el mundo que quieran masturbarse.

Estaba orgulloso de su chica y si ella era feliz, eso que ganaban los dos.

El sexo, por lo que nos contaba Edu, mejoró muy considerablemente. Edu no era un tío de hacerle mucho caso al móvil. Rara vez te contestaba a un WhatsApp y cuando, por el grupo de la peña de fútbol, asignábamos equipos y los colores que cada uno debía lucir, era siempre el último en dar el OK. Sin embargo, como suele ocurrir con este tipo de personas tan dejadas para lo social, cuando quería comentar algo, algo que le emocionaba mucho, lo publicaba de manera compulsiva en todos los grupos de los que fuera partícipe. Empezó a presumir de que follar con ella era como volver a hacerlo con una adolescente. Que después de cada clase, cuando llegaba a casa y él se estaba tomando una cerveza, ella casi le arrancaba el pantalón para comerle la polla. Tío y ha mejorado mucho -decía-. Lo hace ahora como nunca lo ha hecho antes. Hasta el fondo se la mente, como si no hubiera tope. Y hace unos giros con la mano y unas cosas que, a veces, creo que se va a ahogar. Todos nos alegrábamos por él y aunque sobre todas nuestras cabezas rondaba la misma pregunta, sólo Paco se atrevía a hacerla. A ver, ¿y dónde coño ha aprendido? Que lleváis 15 años juntos para que ahora venga con novedades. Edu respondía que, bueno, entre las amigas del grupo de CrossFit hablaban de esas cosas. Que Míriam -que, a lo que se ve, no era bollera sino que le daba a todo- era bastante liberada y no dudaba en contar sus idas y venidas por las camas de los tipos y tipas que se trajinaba y que, según palabras de Marta, era una experta haciendo sexo oral. A todos nos olía raro el asunto, pero no quisimos escarbar más de la cuenta. Yo nunca he sabido lo que hablan las mujeres en los baños ni cómo de abiertas son para confesar y detallar sus relaciones sexuales y nos costaba imaginar a Marta mintiendo en algo así. Fue Paco, de nuevo, el que se atrevió a romper el hielo y, en privado, a varios nos comentó sus sospechas, macho, hay tíos a los que les comen la polla y parece que le sorben el seso. No son capaces ni de razonar.

El Box abrió una promoción: poder hacer uso de las instalaciones en cualquier momento y sin limitación de horarios por sólo 150 euros. Evidentemente, Edu dijo que sí.

Siete fueron, siete, las señales que le hicieron pensar a Edu que Marta estaba siendo infiel. Siete, como los días de la semana.

Hay que reconocer que Marta intentó que Edu la acompañase pero fue un par de días y aquello no le gustó. Se sentía intimidado ante tanto grito, sudor y testosterona. Él era un hombre de deportes de equipo, de estrategia, de actividades que necesitan tiempo y tempo. Él no pintaba nada ahí -le dijo-. Además, es mejor que tengamos alguna actividad separada. Así, cuando nos veamos, aprovechamos mejor el tiempo -añadió haciendo más uso de la polla que de la lógica-. En ese rato yo puedo jugar al fútbol, preparar la cena, jugar a la Play o tomar algo con los amigos. No te preocupes, tú disfruta.

Ella le contestó que era el mejor novio del mundo y que estaba supercontenta de que el destino lo hubiera colocado en su camino.

Las semanas pasaron y era habitual que algunos de los amigos nos dejáramos caer por la noche en casa de Edu. Jugábamos a la consola, comíamos pizza y bebíamos cerveza. Yo llegaba casi siempre tarde, la última hora de la noche es cuando entreno y, aunque puedo saltar mi rutina alguna vez, es algo que hago muy de higos a brevas. Una noche en que la cosa se alargó, Edu estaba más comunicativo de lo habitual. Estaba claro que algo había pasado y nos lo quería contar. Todo el rato con una risa bobalicona de niño travieso que ha cometido una trastada. ¿Qué te pasa, tío? -preguntó un nada sutil Paco- ¿Cómo te has follado esta vez a Marta para tanta tontería?

Edu nos hizo prometer que no diríamos nada y todos juramos y perjuramos que éramos tumbas. Salió de la habitación y volvió corriendo más colorado que un tomate y con las manos tras la espalda. De verdad, sois mis amigos, tíos, no digáis nada. Todos nos reafirmamos pensando que el pobre tampoco había sido nunca muy espabilado, siempre encerrado en su relación eterna y que, ahora que estaba redescubriendo el sexo, era, en parte, normal, que se comportase como un adolescente primerizo.

Sacó ambas manos de detrás de la espalda y nos las puso delante a modo de ofrenda. En la mano izquierda sostenía una tablet -Apple, como no- y, en la derecha, un enorme falo negro. Hostia tío, no me dirás que... -empezó a decir uno-. Pero Edu lo calló en cuanto puso la tablet en marcha y todos pudimos ver a una Marta en lencería comerse una polla -que Edu no tardó en autoidentificar como propia- mientras la otra, la negra, le salía y entraba del coño porque estaba pegada, mediante ventosa, a los azulejos de la cocina.

La tía se daba brío, de eso no había duda y, si no hubiéramos estado en ese ambiente, más de uno nos habríamos cascado una paja. Edu era -y es- no demasiado espabilado pero sí lo suficiente como para saber que mandar un vídeo así por WhatsApp habría significado darnos motivos de onanismo compulsivo a todos durante meses. ¿Esto lo hacíais antes? -recuerdo haber preguntado yo. No -contestó él- apareció con el cacharro el otro día. Es enorme, ¿verdad? -dijo blandiéndola al aire mientras cambiaba de escena para pasar a otra en la que Marta hacía una doble mamada con ambos falos-, pues le cabe. Todos nos quedamos sorprendidos, no es algo que uno esperase de una chica a la que le costaba reconocer haberse masturbado alguna vez. ¿Y apareció así, con eso, de repente? -preguntó Paco-. Bueno, el otro día fue con alguna de las amigas del CrossFit a un sexshop. Ella nunca había ido a uno, pero ya que fue, le dio por comprar algo. Míriam le recomendó esto. Le dijo que las mujeres son unas gatas y que las gatas saben lo que quieren. Paco torció el gesto. ¿Y eso qué coño quiere decir? Edu se encogió de hombros. No tengo ni idea, pero si es verdad que tienen siete vidas, me las voy a pasar follando como un león.

Siete fueron, siete, las señales que le hicieron pensar a Edu que Marta estaba siendo infiel.

Al rato nos fuimos de casa. La conversación derivó en otros temas, pero casi ninguno nos podíamos quitar la imagen de la cabeza de Marta, arrodillada, intentando devorar, a la vez, dos pollas, una real y una negra de látex que dejaba en seria evidencia a la primera.

Cuando Marta llegó embutida en unos leggins negros satinados sonriendo y aún sudando por el esfuerzo, las miradas recorrieron cualquier sitio del salón menos a la recién llegada. Intentamos centrarnos en la TV para disimular. Sólo Paco se levantó, se dirigió hacia ella y le dio dos besos. Nosotros nos vamos, que seguro que vienes cansada de tanto deporte. Ella sólo respondió con una sonrisa.

Al salir, ya en el ascensor, Paco verbalizó lo que todos estábamos pensando. En menuda guarra se ha convertido en mes y medio. Éste de aquí a final de año va a tener más cuernos que mi tío el cazador en su salón de trofeos.

Y es que siete fueron, siete, las señales que le hicieron pensar a Edu que Marta estaba siendo infiel. Siete, como las vidas que tiene una gata en celo.
 
Siete, te rompo el ojete.

Estimado amigo siga contando pero más, que esto de los capítulos me tiene en ascuas. Aunque ya sabemos el final, que al Edu lo cornearon con alguno/a del crossfit.
 
SEGUNDA SEÑAL

A decir verdad, a Marta, durante los primeros días, no le sedujo el CrossFit. Se veía torpe y poco capaz de dominar los ejercicios que sus compañeros ya realizaban con total soltura. Como he dicho ya, ella no era una mujer muy dada al ejercicio -en gran medida porque, durante su juventud, no le hacía falta para lucir bella- y los pocos deportes que había realizado eran más instintivos que los complejos movimientos que le intentaban enseñar en el Box. La única actividad física que había desarrollado en durante sus años universitarios, además de salir alguna tarde a correr a un ritmo de relativamente calmo, había sido el voleibol y esa práctica distaba mucho de los levantamientos compuestos que se incluían en los WOD's.

Por suerte el ambiente es bueno -decía ella con frecuencia- y todos te animan a seguir y son muy atentos. Hay que ver lo fuertes que están todos, Edu, cualquiera diría que tienen la misma edad que tú y que yo. Además, Míriam está muy pendiente de mí y ha hablado con el monitor, no con el dueño, sino con el tipo que está a las horas que yo voy, para que esté encima de mí. Se está portando muy bien -añadía.

Edu estaba feliz, no sabía bien por qué, pero se lo tomaba como algo positivo. Él hacía algo de deporte y pasaba tiempo fuera cuando jugaba al fútbol con nosotros y echaba en falta que ella hiciera algo parecido. Además, aunque él nunca se lo habría dicho a ella directamente, era cierto que añoraba la turgencia que Marta había lucido algunos años antes y que, estaba seguro, habría mantenido si se hubiera cuidado más. No tenía duda alguna de que, si entrenaba un poco, volvería a lucir ese tipo atlético que le había vuelto loco hacía ya casi quince años. Así que no dudaba en animarla, en apoyarla a que fuera y siguiera esforzándose más. Cuando Marta llegó un día a casa y le comunicó que el monitor le había sugerido que, en lugar de dos días por semana, fuera cuatro pagando sólo un incremento de 30 euros, él lo interpretó como que, por fin, empezaba a pillarle el truco a eso del CrossFit, de lo contrario -pensaba él- ni siquiera me lo habría comentado. Así que la animó a hacerlo sin dudas y sin mirarse en por cuánto empezaba a salir ya la gracia. Cariño, casi no salimos y apenas tenemos gastos. Parece que ahí te lo pasas bien y, oye, empieza a notársete, que se te está poniendo un culillo de adolescente... -le decía él y ella sonreía y se contoneaba por el salón, presumiendo y con el ego subido-.

No tardó mucho tiempo Marta en decidir que debía comprarse ropa para entrenar. No unas zapatillas o un calzado especial, sino ropa. Argumentaba, y no le faltaba algo de razón, que allí todo el mundo se vestía para hacer deporte. Cada día un modelo, bien llamativo, bien apretado, y ella no dejaba de ir con el pantalón de chándal con el que limpiaba la casa los fines de semana o con alguna de las bermudas que se ponía cuando tenía la regla y no quería que se le marcase la compresa con un pantalón ajustado.

Así que fueron a una tienda que era distribuidora de ropa Reebok -puestos a gastar, lo hacían bien- y eligieron varios modelos. Marta se paseaba por la tienda luciendo un casi renovado palmito mientras que Edu se veía a sí mismo como un Richard Gere andaluz en el último remake nacional de Pretty Woman. Compraron de más, mucho más de lo necesario y de lo aconsejable, pero ellos estaban felices y Marta le sonreía y provocaba como hacía años. En casa, ahora, verás; me vas a poder quitar todos los modelos. Edu que, aunque sólo la había tenido a ella como novia, no había dejado de hacerse pajas en su vida, se veía a sí mismo como uno de esos personajes de las cámaras amateur que tan de moda se han puesto, en las que una chica de buen ver y su pareja -normalmente más estropeado- hacen el paripé de que ella lo seduce a él mientras una cámara oculta los graba y lo emite para el montón de pollas de todo el mundo que quieran masturbarse.

Estaba orgulloso de su chica y si ella era feliz, eso que ganaban los dos.

El sexo, por lo que nos contaba Edu, mejoró muy considerablemente. Edu no era un tío de hacerle mucho caso al móvil. Rara vez te contestaba a un WhatsApp y cuando, por el grupo de la peña de fútbol, asignábamos equipos y los colores que cada uno debía lucir, era siempre el último en dar el OK. Sin embargo, como suele ocurrir con este tipo de personas tan dejadas para lo social, cuando quería comentar algo, algo que le emocionaba mucho, lo publicaba de manera compulsiva en todos los grupos de los que fuera partícipe. Empezó a presumir de que follar con ella era como volver a hacerlo con una adolescente. Que después de cada clase, cuando llegaba a casa y él se estaba tomando una cerveza, ella casi le arrancaba el pantalón para comerle la polla. Tío y ha mejorado mucho -decía-. Lo hace ahora como nunca lo ha hecho antes. Hasta el fondo se la mente, como si no hubiera tope. Y hace unos giros con la mano y unas cosas que, a veces, creo que se va a ahogar. Todos nos alegrábamos por él y aunque sobre todas nuestras cabezas rondaba la misma pregunta, sólo Paco se atrevía a hacerla. A ver, ¿y dónde coño ha aprendido? Que lleváis 15 años juntos para que ahora venga con novedades. Edu respondía que, bueno, entre las amigas del grupo de CrossFit hablaban de esas cosas. Que Míriam -que, a lo que se ve, no era bollera sino que le daba a todo- era bastante liberada y no dudaba en contar sus idas y venidas por las camas de los tipos y tipas que se trajinaba y que, según palabras de Marta, era una experta haciendo sexo oral. A todos nos olía raro el asunto, pero no quisimos escarbar más de la cuenta. Yo nunca he sabido lo que hablan las mujeres en los baños ni cómo de abiertas son para confesar y detallar sus relaciones sexuales y nos costaba imaginar a Marta mintiendo en algo así. Fue Paco, de nuevo, el que se atrevió a romper el hielo y, en privado, a varios nos comentó sus sospechas, macho, hay tíos a los que les comen la polla y parece que le sorben el seso. No son capaces ni de razonar.

El Box abrió una promoción: poder hacer uso de las instalaciones en cualquier momento y sin limitación de horarios por sólo 150 euros. Evidentemente, Edu dijo que sí.

Siete fueron, siete, las señales que le hicieron pensar a Edu que Marta estaba siendo infiel. Siete, como los días de la semana.

Hay que reconocer que Marta intentó que Edu la acompañase pero fue un par de días y aquello no le gustó. Se sentía intimidado ante tanto grito, sudor y testosterona. Él era un hombre de deportes de equipo, de estrategia, de actividades que necesitan tiempo y tempo. Él no pintaba nada ahí -le dijo-. Además, es mejor que tengamos alguna actividad separada. Así, cuando nos veamos, aprovechamos mejor el tiempo -añadió haciendo más uso de la polla que de la lógica-. En ese rato yo puedo jugar al fútbol, preparar la cena, jugar a la Play o tomar algo con los amigos. No te preocupes, tú disfruta.

Ella le contestó que era el mejor novio del mundo y que estaba supercontenta de que el destino lo hubiera colocado en su camino.

Las semanas pasaron y era habitual que algunos de los amigos nos dejáramos caer por la noche en casa de Edu. Jugábamos a la consola, comíamos pizza y bebíamos cerveza. Yo llegaba casi siempre tarde, la última hora de la noche es cuando entreno y, aunque puedo saltar mi rutina alguna vez, es algo que hago muy de higos a brevas. Una noche en que la cosa se alargó, Edu estaba más comunicativo de lo habitual. Estaba claro que algo había pasado y nos lo quería contar. Todo el rato con una risa bobalicona de niño travieso que ha cometido una trastada. ¿Qué te pasa, tío? -preguntó un nada sutil Paco- ¿Cómo te has follado esta vez a Marta para tanta tontería?

Edu nos hizo prometer que no diríamos nada y todos juramos y perjuramos que éramos tumbas. Salió de la habitación y volvió corriendo más colorado que un tomate y con las manos tras la espalda. De verdad, sois mis amigos, tíos, no digáis nada. Todos nos reafirmamos pensando que el pobre tampoco había sido nunca muy espabilado, siempre encerrado en su relación eterna y que, ahora que estaba redescubriendo el sexo, era, en parte, normal, que se comportase como un adolescente primerizo.

Sacó ambas manos de detrás de la espalda y nos las puso delante a modo de ofrenda. En la mano izquierda sostenía una tablet -Apple, como no- y, en la derecha, un enorme falo negro. Hostia tío, no me dirás que... -empezó a decir uno-. Pero Edu lo calló en cuanto puso la tablet en marcha y todos pudimos ver a una Marta en lencería comerse una polla -que Edu no tardó en autoidentificar como propia- mientras la otra, la negra, le salía y entraba del coño porque estaba pegada, mediante ventosa, a los azulejos de la cocina.

La tía se daba brío, de eso no había duda y, si no hubiéramos estado en ese ambiente, más de uno nos habríamos cascado una paja. Edu era -y es- no demasiado espabilado pero sí lo suficiente como para saber que mandar un vídeo así por WhatsApp habría significado darnos motivos de onanismo compulsivo a todos durante meses. ¿Esto lo hacíais antes? -recuerdo haber preguntado yo. No -contestó él- apareció con el cacharro el otro día. Es enorme, ¿verdad? -dijo blandiéndola al aire mientras cambiaba de escena para pasar a otra en la que Marta hacía una doble mamada con ambos falos-, pues le cabe. Todos nos quedamos sorprendidos, no es algo que uno esperase de una chica a la que le costaba reconocer haberse masturbado alguna vez. ¿Y apareció así, con eso, de repente? -preguntó Paco-. Bueno, el otro día fue con alguna de las amigas del CrossFit a un sexshop. Ella nunca había ido a uno, pero ya que fue, le dio por comprar algo. Míriam le recomendó esto. Le dijo que las mujeres son unas gatas y que las gatas saben lo que quieren. Paco torció el gesto. ¿Y eso qué coño quiere decir? Edu se encogió de hombros. No tengo ni idea, pero si es verdad que tienen siete vidas, me las voy a pasar follando como un león.

Siete fueron, siete, las señales que le hicieron pensar a Edu que Marta estaba siendo infiel.

Al rato nos fuimos de casa. La conversación derivó en otros temas, pero casi ninguno nos podíamos quitar la imagen de la cabeza de Marta, arrodillada, intentando devorar, a la vez, dos pollas, una real y una negra de látex que dejaba en seria evidencia a la primera.

Cuando Marta llegó embutida en unos leggins negros satinados sonriendo y aún sudando por el esfuerzo, las miradas recorrieron cualquier sitio del salón menos a la recién llegada. Intentamos centrarnos en la TV para disimular. Sólo Paco se levantó, se dirigió hacia ella y le dio dos besos. Nosotros nos vamos, que seguro que vienes cansada de tanto deporte. Ella sólo respondió con una sonrisa.

Al salir, ya en el ascensor, Paco verbalizó lo que todos estábamos pensando. En menuda guarra se ha convertido en mes y medio. Éste de aquí a final de año va a tener más cuernos que mi tío el cazador en su salón de trofeos.

Y es que siete fueron, siete, las señales que le hicieron pensar a Edu que Marta estaba siendo infiel. Siete, como las vidas que tiene una gata en celo.

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:palomitas:
 
Yo tambien tengo un caso parecido. Pero no tenia que ver con el gym(donde voy a ver pollas). La tia se junto con una de cuidado y que estaba buenisima. Eran capaces de coger a dos zagales de la calle cuales quiera y follarselos cada una con el que fuese en su asiento, daba igual. Hace cosa de 17 años de eso, ella tendría 22 años. Nada de tratar de imitar el porno que llevamos viendo tiempo, acaba de empezar Internet. Pura enfermedad. Acabó trabajando de puta de alto nivel. Era una niña, una ricura pelirroja que sacaba sobresalientes en la uni, que decia con orgullo, hoy me he corrido 4 veces. Lo que venia siendo un, Hoy he follado con cuatro distintos y solo he cobrado por los dos primeros. El otro el novio y uno de la uni, sino uno de la calle. Su enfermedad era tan grande que se movia como una depredadora en la uni en la que su padre era profesor, vergonzoso y enfermizo. Todo le daba igual. Compañeros de la uni le presentaban las pollas mas grandes de sus barrios pero ella decia que no le gustaban, que le hacían daño. Que su novio tenia el tamaño justo. Y al fin y al rabo, que coño importaba eso? Puta enferma

No te quiero quitar protagonismo, es que se ha venido a la cabeza y te hago de calientapollas hasta el siguiente :lol:

Como se derrumbó todo? Acabo pillando una venérea del copon, normal. Y todo esto y mucho mas lo supimos despues de ese momento loco en el que te dice que la tienen que intervenir para quitarle unas verrugas que tiene en el coño :facepalm:
 
Última edición:
Yo tambien tengo un caso parecido. Pero no tenia que ver con el gym(donde voy a ver pollas) (donde voy a ver pollas). L:

Yo también tengo otro caso. Y si es del gym(donde voy a ver pollas).

Esta se lió con el mulato que daba las clases de salsa. Dejó al marido, dos niñas de por medio, y estuvo como 10 meses a piñon con el mandingo. Joder, si es que andaba raro y todo. A saber las puñaladas de carne que le pegaba el tio por el culo.

Pero como se dice en mi pueblo, Dios castiga sin pegar voces. Aquello duró 10 meses, los oficiales claro. Por que no sabemos desde cuando llevaban follando hasta que se hizo publico. 10 Meses, hasta que tío se encapricho de otra que tambien iba a salsa y mandó a tomar por el culo a esta.

Y claro, con el bajón vinieron lamentos, los lloros, los dramas, e intentar volver con Manolo como si nada hubiese pasado. Como no resultó como ella quería vinieron las voces y hasta intentos de denuncias por malos tratos con caracter retroactivo para recuperar la custodia y la casa.
 
Si ya por 95€ que cuesta el box de Crossfit donde voy me parece caro, por 150€ le iban a dar por el culo, a ella y al dueño del box.

Que son unas perras, evidentemente, esas mallas y tops ajustados que se ponen, que hasta les corta la circulación a algunas de lo apretadas que van, no es por otra cosa que por calentar al personal, que hay veces que te dan ganas de violarlas a todas sin pensar si saldrás esposado de allí.

En fin, un caso más de tantos.

Por cierto, muy buenos relatos, siga así.
 
Si ya por 95€ que cuesta el box de Crossfit donde voy me parece caro, por 150€ le iban a dar por el culo, a ella y al dueño del box.

Que son unas perras, evidentemente, esas mallas y tops ajustados que se ponen, que hasta les corta la circulación a algunas de lo apretadas que van, no es por otra cosa que por calentar al personal, que hay veces que te dan ganas de violarlas a todas sin pensar si saldrás esposado de allí.

En fin, un caso más de tantos.

Por cierto, muy buenos relatos, siga así.

Tengo una vecina que era gorda, imbecil y con psoriasis. Ahora solo es muy imbecil, creida y con psoriasis. Sus fotos estan en el mancuernas mientras participa en la Espartan Race

Cuando el peludo termine con su relato cuento yo el caso de esta, por que me da que va a ser parecido y paso de reventarle la historia. Si, tambien hay cross fit de por medio
 
me cago en mi vida..que bien relatado...quiero mas de esa mierda...esto es mejor que netflix.
 
Buen relato, tomando el número bíblico 7, la olvidada película Seven y los 7 pecados capitales.
Lástima que la mayoría de veces se cargan relaciones sin previo aviso, y lo que queda claro es que son como monos nunca sueltan una liana hasta que no tienen otra bien asegurada.
 
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Yo también tengo otro caso. Y si es del gym(donde voy a ver pollas) (donde voy a ver pollas).

Esta se lió con el mulato que daba las clases de salsa. Dejó al marido, dos niñas de por medio, y estuvo como 10 meses a piñon con el mandingo. Joder, si es que andaba raro y todo. A saber las puñaladas de carne que le pegaba el tio por el culo.

Pero como se dice en mi pueblo, Dios castiga sin pegar voces. Aquello duró 10 meses, los oficiales claro. Por que no sabemos desde cuando llevaban follando hasta que se hizo publico. 10 Meses, hasta que tío se encapricho de otra que tambien iba a salsa y mandó a tomar por el culo a esta.

Y claro, con el bajón vinieron lamentos, los lloros, los dramas, e intentar volver con Manolo como si nada hubiese pasado. Como no resultó como ella quería vinieron las voces y hasta intentos de denuncias por malos tratos con caracter retroactivo para recuperar la custodia y la casa.
Sí, se suele decir eso de que Dios no se queda nada de nadie y pone a todo el mundo donde se merece, pero coño, que a veces con los que obran mal tarda demasiado en ajusticiarlos.

Cada vez hay más historias de éstas, luego somos los tíos los que hemos tenido, y seguimos teniendo, la fama de mujeriegos e infieles, pues las tías nos están llevando la delantera en estos tiempos a marchas forzadas, son más putas que las gallinas, qué daño a hecho tanta libertad y tanta mierda de las igualdades sociales, ya no somos iguales, ahora ellas son las que tienen las leyes a favor, y ni una cosa ni otra, pero con todo esto se ríen de nosotros.

A esa que dices que vaya ahora a comerle el orto al negro de los cojones, si no que se lo hubiera pensado antes.
 
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Me encanta como el hamijo @Spawner nos usa de conejillos de indias para practicar la redacción de un relato corto episódico y el manejo de los tiempos,espero que por lo menos al final ponga una foto de la perra en cuestiòn :lol:
 
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