Una vez viví en un bloques de gitanos. Ya lo he contado cienes de veces, me da pereza volver a contarlo pero vamos, que aquello fue el infierno. Vivían de noche y dormían todo el día, creo, porque por aquel entonces yo trabajaba en jornada continua y salía de casa temprano y no volvía hasta las tres y media o las las 5t5. Montaban zambras, que es como una reunión de primas casamenteras que se ponen a taconear mientras hablan de novios y cantan y tocan las palmas, sé que hablaban de novios porque aunque vivía debajo se las oía perfectamente berrear. La que tenía de vecina de planta en el patio de luces se paseaba por la casa en pelotas en verano, salía del baño con una toalla envuelta en el pelo y las tetas colganderas al aire. Por aquel entonces andaba más encelado que un mono y cuando la veía no podía dejar de mirar, cosa que me daba mucho miedo por si me veía el gitano y me rajaba allí mismo.
Me compré una cámara Beng digital que eran el no va más, de 1,2 px. Estaba como un niño con juguete nuevo y hacía fotos a todo. Se me ocurrió un día hacer unas fotos en el portal a dos gitanillas que estaban en la flor de la vida. Me vio una gitana vieja y se lo dijo a la abuela de una de las gitanillas. Un día me dio el alto en el portal y me pidió explicaciones de los hechos. Yo le dije que es que me gustaba hacer fotos, que era mi hobby. Pero la gitana que iba de riguroso luto no se avenía a explicaciones y me pedía la cámara, la dije que no, y entonces me pidió el carrete.
La expliqué como pude que no tenía carrete. Al final vieron el miedo en mi rostro y me dejaron ir.
Si alguna vez entraba al portal y no saludaba me montaban un pollo los gitanos, se les hacía ofensivo. Tenía que saludar al verlos o se lo tomaban muy a pecho. Ibas por las escaleras y los críos te atropellaban, te tenías que agarran a la barandilla si no querías rodar escaleras abajo. No recibí ni una puta carta en los meses que estuve allí, te abrían el buzón y se llevaban la correspondencia. No sé para qué porque no sabrían leer. Si no te esperabas y los sujetabas la puerta hasta que ellos llegasen, insultaban descaradamente. Pero claro, luego ellos te veían llegar y justo antes te cerraban la puerta con un par de cojones pasando de tu culo.
Llegaban al bloque y desde la calle llamaban a voces al que fuese, éste se asomaba a la ventana y hablaban para que toda la puta calle se enterase de sus problemas. Aparcaban en los putos vados, dejaban las putas furgones arrancadas mientras subían a ver a los primos y ahí se tiraba la puta furgoneta una hora encendida, claro, como el gasoil sería robado y estaría puenteada, no se complicaban.
Los niños bajaban del piso y llamaban al telefonillo para ponerse a hablar durante quince o veinte minutos.
A las 12: 30 de la noche oías a la gitana de arriba preguntar al marido a voces que si quería un café. Sí, un café a las tantas de la noche. Nunca entendí el porqué se hablaban a voces, como si cuando estuviesen juntos no se hablasen y al separarse de habitación tuviesen cosas super urgentes que decirse y por eso se vocearan unos a otros.
Y otro misterio que jamás resolví fue el misterio de los arrastres constantes de muebles de un sitio a otro a cualquier hora del día y la noche. Me supuse que serían los críos que arrastraban sillas o un tacataca.
Recuerdo que una noche llegué perjudicado de cojones, eran ferias, y había tomado drogas duras. Llevaba tal merluza que intenté abrir de madrugada la puerta de mi vecino de planta en vez de la mía. Al oírme hurgar en la cerradura la gitana abrió la puerta y en ese momento se me calló una moneda de dos euros que había confundido con la llave de mi casa. La puta moneda cayó de canto y rodó pasillo adentro entre la patas de la gitana que flipaba con la estampa. Y allí estaba yo pidiendo disculpas mientras en mi mente trataba de trazar un plan para salir airoso del asunto. Llamó al hijo, que era un cuarentón gordo que vivía con ella y me dijo que qué cojones estaba haciendo. Volví a pedir disculpas y del susto se me quitó un poco la torrija y pude encontrar la llave de mi puerta y meterme a salvo.
Un puto infierno. Los gitanos te echaban miradas de perdonavidas. Me desaparecía ropa del tendedero, cada vez le tocaba a un piso hacer la limpieza de toda la finca y se trasmitía el turno por medio de un cartón donde ponía "limpiar" que se colgaba en el pomo de la puerta del vecino. Pobre de mí como alguna vez me retrasase en limpiar las putas escaleras a los putos gitanos, me comían vivo las gitanas.
Aquello fue un infierno.